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Para Leyre, que hizo lo que pudo para que esto nunca se terminara.
«En el futuro, el historiador será programador o no será nada». Al menos eso pensaba Emmanuel Le Roy Ladurie cuando el creciente recurso a la estadística y los ordenadores pronosticaban la inevitable y definitiva desaparición de la Historia "positivista" y su remplazamiento por la "cuantitativa". Aunque la fecha oficial de tan terrible vaticinio es 1973(1), debe recordarse que la idea había sido formulada previamente en Le Nouvel Observateur en 1968, un año que parece haber sido especialmente propicio para los profetas, quizá porque la recuperación económica de los paises occidentales tras el bache de postguerra, la "segunda" revolución industrial, la popularización del psicoanálisis y la extendida difusión de las ideas marxistas auguraban el advenimiento inmediato de una nueva Era, que unos llamaban "de Acuario" y otros soñaban que sería la de la definitiva epifanía del socialismo.
Treinta años después, poco queda de aquellas esperanzas: la Historia "serial" no ha conseguido imponerse sobre los otros modos de faire de l'Histoire, de Acuario hemos heredado el terrible azote de las drogas y el marxismo se agotó en sí mismo, dejando en estado lamentable a los hombres y las cosas con las que experimentó. Lo único que parece haberse hecho realidad es la generalización del uso del ordenador entre los historiadores, que consideran estas máquinas como herramientas de trabajo cotidiano. Pero Le Roy Ladurie acertó -o se equivocó, todo depende del énfasis- solo a medias, pues no todos son capaces de apreciar hasta que punto su pronóstico era un boutade genial.
En 1968, emplear "cerebros electrónicos" -como entonces se les llamaba- era una tarea complicada porque cualquier proyecto debía ser parcelado en una multitud de tareas tan simples que parecían adecuadas a la edad mental de un niño de tres años; había, además, que formularlas siguiendo un código de instrucciones que lo único que tenía de divertido eran sus nombres (¿quién se acuerda ahora de que significaban FORTRAN, COBOL o BASIC?); y, finalmente, tenían que ser transmitidos a la máquina mediante un lector de tarjetas o una cinta de papel perforado que se rompía con exacerbante facilidad. Los equipos informáticos disponibles eran escasos y sólo unos pocos tenían acceso a ellos; la necesidad de compartir los recursos -time sharing, como se decía- y el reducido número de usuarios favorecía el trabajo en equipo. Estos pequeños grupos, arropados entre sí y gozando del marchamo de modernidad que proporcionaba el uso de tan esotéricos medios, pregonaban a quienes quisieran oirles las ventajas del futuro. Pero difícilmente podían ocultar que el abismo aún existente entre el mundo real y el de los ordenadores era tal que conseguir que una Ñ no fuera una N o que una É equivaliera a la E, requería tales esfuerzos de ingenio y aprendizaje que uno se preguntaba si merecía la pena seguir con la tarea principal(2).
El avance tecnológico permitió superar esas limitaciones. Los ordenadores no sólo aumentaron velocidad y potencia, sino que se miniaturizaron, se abaraton y su manejo se simplificó de tal modo que fue la máquina la que se adaptó al ausuario y no a la inversa. Estas circunstancias propiciaron el triunfo de los desktops, los ordenadores de sobremesa. Salvo excepciones, este tipo de aparatos cubre sobradamente las necesidades de trabajo de cualquier historiador en cuanto a capacidad de archivo y tratamiento de datos e imágenes. Por otro lado, ¿quién iba a imaginar en 1968 que su uso más corriente iba a ser sustituir la máquina de escribir?
La popularización de los ordenadores personales a partir de fines de los años setenta cambió radicalmente la actitud de sus usuarios. Al desaparecer las circunstancias que habían fomentado el uso compartido y el trabajo en equipo, se impuso el usuario individual, que consideraba suficientemente resueltas sus necesidades con "su" máquina y con los periféricos -impresores, scanners, discos de almacenamiento, lectores de CD-ROM- que, cada vez en mayor número y con mejores prestaciones, podía acumular en torno a ella. Pero, de nuevo, el avance técnico y la caída de los precios han roto la tendencia dominante y, de unos años a esta parte, lo que prima es la intercomunicación y, otra vez, el aprovechamiento de los recursos ajenos: el paradigma del momento es Internet y dentro de ésta, la World Wide Web, WWW o Red de redes, que los lenguajes de hipertexto han hecho tremendamente popular y accesible.
El creciente interés de los historiadores por Internet es consecuencia del previsible agotamiento de los medios tradicionales de difusión de la información científica. Libros y revistas han sostenido el fenomenal desarrollo de la Historia en los últimos doscientos años, pero ahora hay pocas dudas de que se encuentran al límite de sus capacidades por obra de diversos factores concurrentes. Por un lado, la extensión del sistema universitario y la profesionalización de la Historia han popularizado la ética del publish or perish, lo que a su vez, trivilializa el hecho de publicar y aumenta el número de títulos que deben consultarse en cualquier investigación: The progress of science varies inversely with the number of journals published, reza jocosamente la Sexta Ley de Parkinson. Además, la sobreabundancia de originales y el encarecimiento de la producción de libros y revistas demora excesivamente los tiempos de publicación, por lo que no es infrecuente encontrarse trabajos que se han vuelto obsoletos antes de ser impresos. Y finalmente, los costes de dotación y mantenimiento de los depósitos tradicionales de información - bibliotecas, hemerotecas y archivos- han crecido de tal modo que hacen imposible "tener todo y pronto", lo que limita la potencial utilidad de estas instituciones y obliga a una seria reflexión sobre su finalidad futura.
Nada de eso parece sucederle a Internet. Frente a los astronómicos costes de compra, catalogación, almacenamiento y conservación de libros y revistas, esa información en forma electrónica apenas ocupa lugar, su capacidad de crecimiento es -al menos teóricamente-, ilimitada y el mantenimiento resulta también relativamente barato; por último, pero no menos importante, el propio medio ofrece las herramientas que permiten buscar y recuperar rápida y selectivamente la información necesaria. Eso, al menos, es la teoría, porque no todo está aún bien resuelto, lo que es lógico si tenemos en cuenta que Internet y la WWW apenas cuentan con diez años de existencia y su popularidad entre los historiadores aún es más reciente.
Abundan las descripciones genéricas sobre la utilidad potencial de la Red para la investigación científica. Nuestro enfoque, por el contrario, consiste en hacerle a Internet una pregunta más directa y simple: "Sí, pero a mí, todo eso, ¿para qué me sirve?". Para contestarla, la pusimos a prueba en un caso concreto: localizar toda la información disponible sobre Tiberio y Cayo Graco y las reformas que trataron de imponer en Roma republicana. Además de la preferencia personal de los autores, el tema fue elegido por constituir una cuestión importante de la Historia de Roma, que ha despertado el interés de un buen número de historiadores y que es un asunto lo suficientemente lejano y poco popular como para no despertar polémica y por lo tanto, para que la Red no esté inundada de datos inútiles y notas apasionadas.
Damos por supuesto que el lector conoce lo básico de Internet o que, incluso, emplea algunos de sus servicios como el correo electrónico, los grupos de discusión y noticias o la transferencia de ficheros(3). Somos conscientes también de que la validez y permanencia de nuestras conclusiones son limitadas, pues el volátil estado de Internet no permite garantizar que lo que encontramos en las fechas en las que hicimos nuestra búsqueda (septiembre 1997) siga estando allí cuando estas páginas se publiquen(4). Pese a todo -o si se quiere, como consecuencia de ello- creemos que una reflexión sobre las expectativas suscitadas por Internet entre los historiadores (que pocos se atreven a discutir), sigue siendo útil y necesaria.
Como se ha dicho antes, nuestra encuesta se centra en las figuras y la obra de Tiberio y Cayo Graco, los dos tribunos de la plebe romanos de mediados del siglo II antes de nuestra Era. A primera vista puede parecer que un asunto tan recóndito y poco popular difícilmente se haya abierto camino en la Red de Redes pero, como veremos, esa impresión es sólo verdad a medias. Aun no siendo los personajes más conocidos y arquetípicos de la Historia romana, los Gracos se encuentran en el centro de una serie de controversias que son importantes tanto para el especialista como para cualquier persona culta en general. Este es, brevemente, el contexto histórico de ambos personajes.
En el 133, Tiberio Sempronio Graco, miembro de una de las más linajudas familias de la oligarquía romana, fue elegido tribuno de la plebe, un escalón corriente en la carrera política de cualquier persona de su condición social. Sin embargo, el nuevo tribuno se empeñó en aprobar una ley que limitaba la tierra pública que podía arrendar un individuo, de modo que se pudiera repartir el sobrante entre las clases más desfavorecidas. La medida causó desasosiego entre sus contempóraneos, viéndola unos como atentatoria contra el orden establecido y sólo explicable en quien tenía oscuras ambiciones personales, mientras que otros la entendieron como un primer paso para abolir los privilegios y malos usos políticos de los oligarcas. Cuando la reforma aprobada amenazó directamente los intereses personales de los senadores y éstos comenzaron a ponerle cortapisas y bloqueos, Tiberio recurrió a todas las prerrogativas de su cargo, algo reconocido teóricamente en la Constitución pero que raramente se habian empleado antes; la reacción de sus enemigos fue muy dura y, en última instancia, condujo al asesinato legal del tribuno, lo que supuso violar el más profundo tabú del uso político romano, la sacrosantidad y la inviolabilidad del magistrado en ejercicio. A pesar de lo sucedido, y con el característico y contradictorio respeto a lo legislado, la reforma agraria de Tiberio Graco nunca fue abolida, quizá porque no había base legal para hacerlo o porque el tribuno era sólo el representante visible de una tendencia más generalizada para la que el revés no supuso pérdida de influencia.
Diez años después, en el 123, Cayo Graco fue elegido tribuno de la plebe con un programa de reforma más radical que el de su hermano. Los puntos básicos eran la reactivación de la ley de reforma agraria y que el Estado garantizase el precio del grano, de modo que las carestías no beneficiasen a los especuladores. Para conseguir apoyos frente al Senado, Cayo jugó con la ambición de los equites, que eran los comerciantes y ricos propietarios ajenos a los círculos senatoriales, a los que se les facilitó el arriendo de los tributos provinciales y se les concedió potestad para juzgar los casos de corrupción. Enfrentadas y agudizadas las posturas, Cayo siguió impulsando leyes que sus oponentes consideraban directamente atentatorias contra sus privilegios: una de ellas, la concesión universal de la ciudadanía a algunos aliados seculares de Roma, se interpretó como un intento de trastocar el equilibrio electoral y, con él, las bases del poder oligárquico. Graco fue perdiendo partidarios poco a poco porque la mayor parte de los senadores no estaba preparada para tan drásticas reformas; su asesinato en el 122, cuando intentaba ser reelegido -contra la ley, según sus enemigos-, no provocó reacciones desmedidas y acabó viéndose como el desenlace lógico de la carrera de un político demasiado ambicioso que rompió la baraja antes de tiempo.
Los Gracos, sus actos y su muerte, produjeron una viva impresión entre sus contempóraneos y es de suponer que fueron frecuentemente discutidos y aducidos a guisa de argumento y ejemplo político en años posteriores. Tales debates apenas han dejado resto palpable y, lo que es peor, en las pocas referencias disponibles se detecta fácilmente el tufo partidista. Habiendo sido los perdedores, Tiberio y Cayo Graco pasaron a la posteridad con la etiqueta de "revolucionarios", una caracterización posiblemente más propagandística que real y que, como muchos otros tópicos de la Historia, casi nunca encontró motivos de contestación, porque era útil a unos y otros. Por desgracia para nosotros, el debate posterior se polarizó en torno a los aspectos trágicos y escandalosos de la cuestión, obviando en cambio los asuntos que nos parecen esenciales para el buen entendimiento de la época: cuáles fueron los verdaderos propósitos de estos dos jóvenes de buena familia; quienes, entre los aristócratas romanos, los apoyaron; y por qué alienaron de tal modo al resto que sólo su asesinato pareció la única salida posible. Cicerón empleó en el foro y ante los jueces el nombre de los Gracos para discutir o ilustrar algunos puntos de la letra pequeña de la constitución romana, Salustio situó implicitamente en el affaire de los Gracos el comienzo de la Revolución romana y Tácito hizo frecuentes alusiones a los dos hermanos(5). Pero hay que esperar a dos autores griegos de los siglos I y II de nuestra Era para disponer de relatos coherentes de lo sucedido.
Primero Plutarco(6). La obra más famosa de este escritor polifacético son las Vida paralelas, en las que enfrenta las biografías de griegos ilustres con quien él consideraba que eran sus equivalentes romanos. La intención de Plutarco era moralizante, su interés son los hombres y sus acciones y, aunque carece de un conocimiento profundo del contexto histórico de sus sujetos, sus libros están llenos de informaciones de interés, cuyo valor histórico depende estrictamente de las fuentes empleadas en cada caso; las biografías de los Gracos -emparejados con dos reyes espartanos del siglo III antes de la Era que trataron sin éxito de revitalizar la anacrónica constitución de Licurgo- son de las mejores y Plutarco aún tuvo ocasión de informarse en fuentes analísticas romanas y en algún otro libro que no ha llegado a nosotros. Entre ellos, uno también usado por nuestra segunda fuente griega, Apiano, a cuya pluma se debe una historia de Roma en 24 libros enfocada a las guerras de ese pueblo. Este escritor dedicó mucha atención a los conflictos civiles del final de la República y el libro 13 cubre los acontecimientos ocurridos entre el 133 y el 70 antes de la Era. Escribiendo a mediados del S. II de nuestra Era, Apiano tiene un conocimiento de primera mano del funcionamiento del Imperio, pero su comprensión de las circunstancias políticas de la República es bastante deficiente y no es extraño que incurra en anacronismos y errores. La relación de los sucedido a los Gracos es, sin embargo, excelente porque el historiador griego manejo ese estupendo relato latino contemporáneo de los sucesos al que no podemos atribuir autoría con certeza(7). La calidad documental de Apiano y su seca prosa comparan mal con la fácil y amena lectura de las obras de Plutarco, donde las anécdotas y las incursiones psicológicas tienden a presentar personajes vivos, que actuan buscando fines definidos y cuyas acciones tienen siempre un correlato moral; puede dudarse de la veracidad de Plutarco, pero no de la calidad vital que supo imprimir a sus retratos.
Estas características explican el fenomenal éxito de Plutarco entre los lectores renacentistas, especialmente después de que Jean-Jacques Amyot vertiera al francés las Vida paralelas en 1559, haciéndoselas accesibles a Montaigne, a Rosseau y a los demás trágicos franceses: Brunetière afirmaba que la gran tragedia barroca francesa debía a Plutarco lo mismo que la griega a Homero. Rápidamente traducidas a otros idiomas modernos, las Vida paralelas se conviertieron en uno de los modelos formativos de la mentalidad de la occidental, especialmente para la cultura anglosajona, puesto que Shakespeare encontró en Plutarco -a quien leyó en inglés gracias a la versión que North hizo de la traducción de Amyot-, el material para sus tragedias(8). Pero Plutarco también fue influyente en ámbitos distintos al teatral: los intelectuales e ilustrados franceses hallaron en las Vida paralelas un estandarte alrededor del cual reunir a los descontentos contra el Ancienne Régime, acrecentando de paso el talante mítico de los Gracos(9). La fortuna de éstos aumentó aún más en el siglo siguiente, cuando Th. Mommsen y el historicismo nacionalista hizo de ellos los precursores de la revolución romana y, por ende, un modelo explicativo de lo que estaba pasando en Europa en esos momentos(10). La cualidad revolucionaria de los Gracos ha sido especialmente atractiva en nuestro siglo, y tanto Mussolini como el Komintern encontraron en ellos paradigmas de las respectivas revoluciones pendientes. La historiografía más reciente ha tratado de deshacer algunos de los tópicos dominante y lo que ahora se subraya es la maraña propagandística que camufla la información disponible(11).
Para comenzar en Internet nuestra búsqueda - o cualquier otra-, el punto de partida obligado son los search engines o buscadores. Se trata de robots lógicos -también llamados arañas o crawlers- que recorren automáticamente la Red haciendo listas de términos o clasificando la información por temas. De ahí que se hable de buscadores temáticos y de contenido. Entre los primeros, el más popular es Yahoo!(12), pero hay otros muchos y al menos uno, Argos(13), especializado en el mundo clásico y medieval. Los segundos, en cambio, recogen y clasifican todas las palabras de la Red, creando tesauros donde pueden consultarse términos-clave; el más usado de estos buscadores es posiblemente Alta Vista(14), pero también están Web Crawler y Lycos. Finalmente, deben mencionarse también los denominados "metaíndices", que consultan automáticamente otros buscadores, como es el caso de Savvy Search. La multiplicidad de estas utilidades refleja la dura realidad: sus capacidades son limitadas y ninguno de ellos puede digerir y ordenar toda la información disponible en la Red(15). Dadas las características de estas herramientas, la búsqueda se hizo empleando términos-claves que cubren las variantes idiomáticas del nombre de los Gracos, es decir, "gracchi", "gracchus", "graco", "gracch" y "grac".
Nada de extraño tiene que los mejores resultados fueron los obtenidos a través de Argos, que en una sola búsqueda nos localizó la mayoría de las páginas disponibles donde se menciona a los Gracos -el resto apenas añadieron unas pocas direcciones más-, proporcionando, además, una visión general bastante precisa de la cantidad y calidad de esa información. Argos presenta sus resultados indicando el tamaño en Kilobytes de cada archivo y los ordena según el numero de veces que la palabra-clave aparece en el texto: así, en nuestra lista de 58 direcciones, la primera cita incluía la palabra clave "gracch" 28 veces, corespondiendo a una dirección de transferencia de ficheros donde se puede recuperar el texto completo de la traducción inglesa de J. Dryden de las Vida paralelas, incluyendo también la de los hermanos Gracos(16). En la segunda mención de la lista, correspondiente a una extensa bibliografía sobre la vida y obra de Plutarco, el término sólo aparecía 10 veces y así sucesivamente. Argos no ha localizado ninguna monografía sobre los Gracos pero sí bastantes traducciones al inglés de fuentes clásicas -Tácito, Juvenal, Quintiliano, etc-, donde la secuencia buscada ocurre alguna vez; el resto de las referencias incluye varias cronologías de la Historia romana, diversas listas de cónsules y emperadores (que nada tienen que ver con nuestro asunto), un texto histórico divulgativo (°y en español!), dos reseñas de monografías científicas, el directorio de los especialistas americanos en Historia Antigua en Estados Unidos (incluyendo la dirección de correo electrónico de un investigador interesado en la historia gracana)(17), y dos referencias a obras claramente pertinentes a nuestro objetivo(18).
Un comentario aparte merecen las páginas específicamente dedicadas a la Antigüedad Clásica y que empiezan abundar en la Red. No se trata propiamente de buscadores, sino de índices temáticos normalmente ligados entre sí. Entre lo más destacados -y por citar algunas- están la Rassegna degli Strumenti Informatici per lo Studio dell'antichitë Classica, mantenida en Bolonia por Alessandro Cristofori; KIRKE (Katalog der Internet-ressourcen für die Klassische Philologie aus Erlangen), de la que es responsable U. Schmitzer; la Link Gateway de la facultad de Clasicas de Cambridge, de B. Fraser; la Ancient World Web, de Julia Hayden; y las páginas gémelas de arqueología grecorromana de la Universidad de Cincinatti(19). La Bibliotheca Classica Selecta, de J.-M. Hanninck y J. Poucet, tiene la particularidad de que sirve también como permanente actualización - y mucho más- de una conocida obra de referencia de la que son autores ellos mismos(20).
Hay otros tres URL de gran interés. Primero, Perseus, que es una intento exitoso del volver a recrear el gabinete del humanista, pues mezcla el concepto de Realencyclopädie con el gabinete de antigüedades y la biblioteca de autoridades clásicas: hay información ordenadas alfabéticamente e imágenes de objetos artísticos y arqueológicos; pero junto a las realia, hay también un impresionante despliegue de textos clásicos en griego -algunos traducidos-, en los que cada palabra lleva a la correspondiente entrada del Liddell-Scott. Perseus, la criatura de Gregg Tower, es uno de los proyectos pioneros en el uso de la informática en el estudio de la Antigüedad; su campo primordial es el mundo heleno pero últimamente ha comenzado a abrirse a Roma: allí se encontramos, por ejemplo, un útil concordancia de diferentes autores clásicos -Cicerón, Virgilio, Ovidio- que están siendo poco a poco incorporados en versión inglesa(21).
Luego está Diotima(22), una página dedicada especificamente al mundo femenino en la Antigüedad pero con interés general para los estudios sociales del mundo clásico; los datos incluidos son diversos: hay materiales didácticos elaborados en las Universidades de Kentucky y Miami (OH), hay imágenes de todo tipo, hay bibliografías y hay también textos clásicos en latín y algunos en griego. Nuestra búsqueda proporcionó 11 textos en latín o en traducción inglesa que contenian la palabra clave "gracch", la mayoría de ellos de Plutarco, Tácito y Ovidio, pero no exclusivamente.
Y finalmente los Roman Web Archives(23) de Bill Thayer, que goza de fama de ser el mejor directorio de Internet en todo lo relacionado con Roma. El trabajo de Thayer es impresionante, ya que no sólo ha organizado temáticamente todas las direcciones existentes sino que también ofrece el índice de los materiales que se pueden encontrar en ellas y una crítica de su contenido, que ayuda a dedidir si su consulta merece o no la pena. Nuestra búsqueda bajo las palabras-clave de los Gracos sólo arrojó dos nuevas direcciones no conocidas previamente y de interés menor. Pero hay muchísima otra información de uso general sobre la República Romana.
De forma un tanto arbitraria, hemos clasificado los datos recuperados en varios apartados: a) fuentes primarias y textos; b) bibliografías; c) material educativo; d) discusiones eruditas; e) miscelánea
Como se ha dicho antes, las fuentes primarias más importantes sobre los Gracos son sendas biografías de los dos protagonistas escritas por Plutarco y el relato de la Guerra Civil de Apiano. Las primeras, en la versión inglesa de J. Dreyden, se pueden recuperar en The Internet Classics Archive(24), una verdadera biblioteca con algo más de 400 obras griegas y romanas traducidas al inglés. Gracias a su excelente rutina de búsqueda, el archivo funciona como una concordancia electrónica, capaz de devolver el lugar y el número de veces que una palabra aparece en un determinado autor o libro. Desgraciadamente, al tratarse de traducciones, su utilidad académica es relativa, pero de indudable ayuda. En nuestro caso, la búsqueda devolvió 7 ocurrencias del término "gracchus", correspondientes a las biografías plutarqueas y a los Anales de Tácito. Una biblioteca electrónica de parecidas características la mantiene Virginia Tech y la búsqueda en ella arrojó resultados similares al caso anterior(25). Por el contrario, Apiano está missing en la Red, lo que constituye un perfecto ejemplo de los desequilibrios -en ocasiones fatales- que restan validez a este medio.
Otros hallazgos presentan menos utilidad inmediata para nuestra encuesta pero no dejan de tener interés y demuestran que siempre se aprenden cosas nuevas. Así, hemos encontrado una concordancia preparada por R. Rietberg de las in Catilinam ciceronianas(26) y hemos sabido del aprecio que San Jerónimo tenía hacia los Gracos, a los que citó con frecuencia en su epistolario(27).
Uno de los aspectos en los que, teóricamente, debe sobresalir Internet es la búsqueda y recuperación de información bibliográfica. En principio, sus capacidades son quasi-infinitas gracias a los OPACs (On-line Public Access Catalog), es decir, la posibilidad de consulta remota de los catálogos de las bibliotecas de todo el mundo. Como cualquier bibliotecario conoce de primera mano, el asunto es bastante complejo, pero tiene la ventaja de que lleva implantado varios años y funciona. Lo mejor es comenzar a partir de la propia biblioteca e ir siguiendo los enlaces que tenga establecidos con otras instituciones; si esa posibilidad no existe o gusta más la aventura, un buen punto de partida es el catálogo "colectivo" de la Biblioteca Nacional o el enlace general de las bibliotecas universitarias españolas(28).
También se puede preferir consultar lo que otros han coleccionado y para ello existen varias posibilidades. El contenido de la revista alemana Gnomon(29), tanto sus reseñas de monografías como las referencias del Bibliographische Beilage están en Internet; a lo que se puede acceder es la versión pública de un CD-ROM actualizado anualmente y que incluye algunas rutinas de búsqueda que no están en la Red. Aún así, nuestra incursión nos brindó unos 120 títulos que, examinados críticamente parecen suficientes tanto para guiar a quien quiere iniciarse en este campo de investigación como para quien busca información reciente sobre un aspecto más especializado.
Otro recurso útil es TOCS-IN, cuyo objetivo es indexar el contenido de unas 150 revistas relacionada con el mundo Clásico en su más amplia acepcción. El banco de datos aún es muy pequeño, pues arranca de 1992, pero constituye una magnífica herramienta para conocer rápidamente lo más reciente del tema que se trabaja; en nuestro caso, TOCS-IN nos devolvió sólo tres títulos más que añadir a nuestra bibliografía, pero todos ellos correspondientes a artículos de revista publicados entre 1994 y 1997(30).
Mastodóntica en todos los sentidos es la bibliografía recogida por la asociación internacional de estudios sobre Plutarco(31); el listado incluye cientos de títulos, pero en nuestro caso sólo pudimos añadir dos referencias más a las ya señaladas en la base de datos de Gnomon, aunque una de ellas es de de suma importancia pues corresponde a la edición standard de la biografías de Tiberio y Cayo Graco, la de K. Ziegler para la Teübner.
Finalmente, encontramos en los archivos de la Universidad de Virgina la recensión de un libro reciente cuyo título no contiene la palabra Gracos -y por lo tanto, no detectado por ninguno de los robots lógicos antes aludidos-, pero cuyo contenido encaja plenamente en la temática que nos ocupa; se trata de un estudio de las reformas agrarias en Roma durante la época republicana y que, lógicamente, dedica muchas páginas a las medidas de esta clase impulsadas por Tiberio Graco(32).
Este es sin duda, el capítulo donde Internet brinda los mejores resultados, quizá porque las Universidades americanas encuentran que la Red constituye un magnífico procedimiento para difundir a bajo coste las informaciones que los alumnos necesitan antes de elegir un curso o para seguir sus prácticas. Hay de todo: cronología, mapas, programas de asignaturas, lecciones magistrales, bibliografías. En muchas ocasiones, el material disponible está relacionado con URL externas que lo completan y que no son otras que las que hemos venido señalando en páginas precedentes.
Aunque la entradilla quizá pueda sugerir otra cosa, a lo que nos referimos es a las listas de discusión temáticas que florecen en torno al correo electrónico y que permiten un vivo debate entre especialistas; en ocasiones se trata de resolver una duda o apuntar una referencia bibliográfica; otras veces, lo que se pone en marcha es una polémica sobre determinada cuestión. Como sucede en ambientes académicos (v.g. los congresos) nadie sabe a ciencia cierta por qué se produce la discusión, cuánto va a durar, si merece la pena seguirla con detalle o si morirá de aburrimiento tras unos pocos intercambios. Controlar el tráfico generado por esas listas de correo es tarea prácticamente imposible y no demasiado recomendable, pues es un paradigma perfecto de cómo la mayor ventaja de Internet -la información- reside al lado de su peor inconveniente, la inoperancia. En cualquier caso, si se teme que algún dato relevante -lo que es ciertamente posible- haya quedado olvidado en una de esas discusiones, se puede buscar en sus archivos mediante la habitual secuencia literal y esperar acertar. Nuestra búsqueda en las más importantes listas de discusión relacionados con el mundo clásico (AEGEANET, ANCIEN-L, ANE-L, BYZANS-L, CLASSICS-L, GREEKARCH, LT-ANTIQ, NUMIS-L y ROMARCH-L)(33) sólo nos brindo media docenas de pistas que carecían de interés.
Agrupamos aquí todos aquellos hallazgo que no encuentran acomodo claro en cualquiera de las otras categorías y donde cabe cualquier cosa. Por ejemplo, un documento pomposamente títulado "Navarra y Pamplona hasta el 905", y que contiene un capítulo llamado "La Citerior bajo el dominio romano. Los Gracos. Mario". Cuando se indaga en ella, y salvando la excepcionalidad de tratarse de un producto nacional, se descubre lo que más parece fruto de la afición que de la verdadera dedicación científica(34). Junto a esta clase de información ligeramente folclórica, hemos encontrado también una larga monografía sobre el desarrollo de la narrativa analística romana(35) y otra, de tono menos serio, en el que K. Raaflaub cuenta sus experiencia enseñando Historia de Roma primero en la Universidad de Berlín a comienzos de los años setenta y luego en Brown University(36). En ambos casos, los Gracos sólo aparecen incidentalmente y en un contexto ligeramente distinto al de nuestro objetivo.
Tras nuestra encuesta, llega el momento echar cuentas y determinar ganancias y perdidas. Y la primera conclusión es que resulta sorprendente la amplia y variada información disponible sobre un tema tan recóndito y poco popular como son los Gracos. Bien mirado, la sopresa sólo cabe en quien esté poco familiarizado con Internet, cuyo problema es, precisamente, el opuesto, ya que la superabundancia de datos convierte la Red en una tela de araña en la que uno puede quedar, literal y virtualmente, atrapado: la mayor ventaja del sistema -la fácil remisión de un lugar a otro-, resulta en su peor inconveniente porque es muy difícil no caer en la tentación de saltar un sitio a otro sin examinar a fondo sus contenidos. Lo que hoy priva en Internet es la acumulación de URLs y enlaces, sin que sus editores demuestren excesivo interés en avisar de antemano qué va encontrarse uno al otro extremo del salto; el peligro es dejarse llevar a donde no se tenía intención de ir, con la consiguiente pérdida de tiempo y operatividad. Lo acuciante del problema impulsa a la búsqueda de soluciones y en este sentido nos parece modélica la actitud de Bill Thayer, el editor de The Roman Web Archivel, que visita las páginas WWW que señala, las summariza y califica su utilidad.
Por lo tanto, buscar en Internet no es, hoy por hoy, una tarea ni fácil ni fructífera. El mayor desideratum es disponer de un índice común que permita hacerse con una imagen general del conjunto de datos. Recurrir a los buscadores generales como Yahoo!, Alta Vista o Hotbot resulta en una avalancha de datos, cuya filtración y evaluación paralizan cualquier investigación futura. Siempre que se pueda o esté disponible, debe recurrirse a otros medios, bien sea a través de buscadores limitados -el caso de Argos y, en menor medida, Diotima-, bien echando mano a las recopilaciones hechas por especialistas, como la Rassegna boloñesa o KIRKE.
Aparentemente, nuestra encuesta fue incapaz de encontrar en la Red una discusión seria y rigurosa de los hermanos Gracos; ni siquiera fuimos capaces de hallar referencias a una de las fuentes primarias del asunto, los escritos de Apiano. Nuestra impresión, por lo tanto, es que Internet dista aún mucho de ser el foro de intercambio de información y de debate científico que muchos pregonan que ya es, al menos en lo que respecta a la cuestión que nos ocupa. En cambio, sus puntos fuertes están en las búsquedas bibliográficas -aunque su precisión sea discutible-, en la abundancia de materiales de carácter escolar o didáctico (programas de cursos, ejercicios, ilustraciones, cronologías, textos divulgativos con información general, etc.) y en la posibilidad de mantener un fácil y estrecho contacto con otros colegas. No nos parece tampoco que la situación vaya a cambiar dramáticamente en los próximos años. Y ello por varias razones. En primer lugar, Internet es una jungla donde donde pocos investigadores se atreven a dejar desatendido el resultado de sus largas horas de trabajo, en unos casos por el escaso prestigio del medio; en otros, porque no se valora de cara a la promoción profesional; y en todos, porque existen serios problemas de derechos de autoría y de plagio. En cierto modo, la situación recuerda las circunstancias de la creación literaria en época clásica, cuando las ideas felices no tenían padre conocido y tampoco existía la noción de "edición definitiva". Y en segundo lugar, Internet es todavía un universo norteamericano, lo que indica que fuera de ese país pocos investigadores y miembros del mundo académico tienen acceso a la Red, probablemente por razones económicas y por falta de incentivos. La interncionalización es progresiva y cabe esperar que ello vaya equilibrando carencias y excesos: menos Plutarco y quizá algo más de Apiano.
Para que Internet se convierta en el foro de debate global que sus propugnadores mantienen que puede ser, es necesario que se coordinen los esfuerzos que ahora se realizan de un modo un tanto anárquico. No propugnamos la existencia de un Comité u otra clase de órgano director, sino algo parecido a la labor de los eruditos reunidos en torno a la biblioteca de Alejandría: enfrentados a la colosal e inédita tarea de ordenar miles de rollos conteniendo toda clase de escritos, al colocarlos topográficamente en anaqueles, descubrieron un esquema del saber humano con el cual todavía nos sentimos a gusto. En este sentido, la Altertumswissenschaft, la Ciencia de la Antigüedad, presenta una ventaja respecto a otras disciplinas similares y es que el legado clásico es finito -son pocos los descubrimientos que se añaden cada año- y quienes nos dedicamos a estos menesteres llevamos decenas de años catalogándolo y haciendo canónicas sus partes --otra de nuestras deudas a la forma de trabajo alejandrina. Tal conjunto limitado se adapta muy bien a las características de Internet -un sistema de archivo barato, cuyos datos son fácilmente accesibles y de acceso universal- y el único requisito para implementarlo es tiempo y personas dispuestas a hacerlo. Mientras eso sucede, hay al menos una certeza: los autores de este trabajo, que viven en lugares separados entre sí por casi 8000 kilómetros, no habrían podido escribir estas páginas sin la facilidad de comunicación rápida y barata que ofrece Internet.
Versión html © 1999 J. Gómez-Pantoja y M. Á. López Trujillo
Versión html © 1999 J. Gómez-Pantoja (Universidad de Alcalá, España) y M. Á. López Trujillo (Southwest Texas University, USA) Proyecto Clío |
[Publicado en Memoria y Civilización (Pamplona) 1, 1998, pp. 79-96] |