Te lleva a la página de inicio  MARX Y EL IMPERIALISMO RUSO. UNA REFLEXIÓN HISTÓRICA.

Pablo Romero Gabella. Profesor de Enseñanza Secundaria.


"Se pone en pie ante el enemigo Rusia, llamada a la batalla para la gran empresa guerrera con el hierro en la mano y la cruz en el corazón...luchamos por una causa justa, en defensa de la dignidad y la seguridad de nuestro imperio, colocado bajo el amparo de Dios..."

(A.Solzhenitsin, Agosto 1914, pág. 17).

 

INTRODUCCIÓN: DOS IMPERIOS.

 

A mitad del siglo XIX  Alexis de Tocqueville profetizaba que el destino del mundo estaría tarde o  temprano en manos de dos grandes pueblos en expansión: el norteamericano y el ruso. Como político e intelectual liberal que era, sus preferencias se decantaban hacia el modelo "imperial" de los EEUU, pero no negaba el creciente poder del otro imperio, que se basaba en una concentración gigantesca de poder en la persona del gobernante y cuyo medio de acción no era otro que el de la servidumbre[1].

 

UN LIBRO POCO CONOCIDO.

 

Esta consideración acerca del carácter del imperio ruso no cambiaba sustancialmente de la que tuvo Marx dos décadas más tarde, cuando escribió una pequeña obra histórica casi desconocida. Nos estamos refiriendo a su Historia de la diplomacia secretad en el siglo XVIII. Apareció publicada por entregas en el periódico londinense The Free Press durante 1857, y no fue hasta 1899 cuando se editó completa en Gran Bretaña. Sorprendentemente no se publicó en Francia, Italia y por último, España (edición de La Banda de Moebius para Taller de Sociología, Madrid, 1979) hasta casi un siglo después, no sin polémica. ¿A qué se debió esto?. No nos sorprendería si observáramos con atención el tema principal de libro: el imperialismo expansionista ruso. Su obra representaba un estudio de los documentos existentes en la Biblioteca Británica sobre las relaciones anglo-rusas  durante el siglo XVIII. Sin embargo, en su trasfondo refleja su concepción de la historia y la esencia de Rusia. También es curioso resaltar que Marx advertía su país de acogida, la imperialista, victoriana y capitalista Gran Bretaña, del peligro que suponía para su poder las ansias expansionistas de Rusia, que en menos de un siglo sería la “patria socialista” del proletariado. De esta forma expresaba Marx que a partir de los documentos estudiados, se extrae “sin ningún género de dudas a Inglaterra como el instrumento de Rusia”[2]. Marx se insertaba perfectamente en el ambiente claramente “rusófobo” que vivía la sociedad británica, especialmente sensibilizada por las consecuencias del “Gran Juego” colonial que su país y Rusia practicaban en Asia.

 

LO QUE MARX PENSABA DE RUSIA.

 

Esta obra fue redactada en el período  "maduro" de Marx -anterior a los dos último decenios de su vida-, el cual se ve imbuido por un visible determinismo. Es por tanto el Marx clásico que presenta al capitalismo como único elemento "unificador y progresivo", desechando todas aquellas formas de organización social que no estuvieran en su camino, como era el caso de la Rusia zarista. En demasiados puntos el análisis histórico de Marx coincidió con los avatares de la Unión Soviética, sobre todo a partir de Stalin, y principalmente fue éste quién silenció esta obra del que debía de ser uno de los puntales ideológicos del "régimen marxista-leninista".

Sin embargo hay que reconocer, como han señalado Carlos Taibo y Theodor Shanin[3], que en el último Marx encontramos un interés por la singularidad rusa, concretamente en la comuna rural ("obschina"). El movimiento revolucionario más potente en esas fechas (década de 1880) era el populismo que veía en la comuna rural la base de la Rusia revolucionaria. Marx estuvo en contacto con ellos (especialmente con Vera Zasúlich) e incluso en el prólogo a la edición rusa de 1882 del Manifiesto Comunista,  reconoció que el ideal campesino-comunal podía ser el punto de partida para la "revolución mundial", negando en parte lo expuesto en su época de madurez. Pero esta idea no pasó de la utilización de términos vagos, no cambiando sustancialmente lo expuesto con anterioridad.

 

EL PERENNE CONCEPTO DE IMPERIO.

 

Hoy de nuevo, con una nueva Rusia de errante destino, vuelven a aparecer reflejos de esta idea imperial, que al contrario de lo que pudiera parecer, 70 años de comunismo no han ocultado. Como ha señalado el especialista Carlos Taibo, para entender Rusia habría que buscar -como pensaba Marx- "en la vieja historia de Rusia muchas de las claves de interpretación de lo acaecido en el país a lo largo del siglo XX, y que, lejos de sucumbir al hechizo de las innegables peculiaridades de la URSS...identifica un sinfín de continuidades históricas". [4]

            La historia como medio de compresión y análisis de la realidad de su momento ha sido compartida por una gran parte de pensadores desde Maquiavelo hasta el propio Marx, como así expuso en la obra mencionada, afirmando que "para comprender una época histórica limitada debemos trascender sus límites y compararla con otras épocas históricas" [5]. Esta idea es mantenida en gran medida en nuestros días para el tema que nos ocupa. Tomemos algunos ejemplos: el especialista en filosofía eslava Antonio Pérez Ramos habla de los efectos corruptores en Rusia de la "gestión de lo heredado", de la misma manera el autor El Imperio, el  insigne periodista polaco Ryszard Kapuscinski, mantiene que Rusia aún no se ha desprendido de su "espíritu imperial"[6].

            Marx parte de la consideración de que Rusia ha tenido en Europa una influencia fascinadora, pero a la vez temerosa. Marx compartía una corriente ideológica en Occidente, al  igual que Engels, feroz enemigo del paneslavismo[7],  sobre la doble consideración de los rusos (y por extensión a todos los eslavos) como una fuerza primitiva y arrolladora. Para las corrientes idealistas y trascendentes, partiendo de Nietszche, Rusia representaba tanto un modelo de regeneración autocrática ante la decadencia, como un peligro para Occidente. Su expresión más radical y apocalíptica sería el ideal de Hitler de una lucha final por el "espacio vital" que significaría la esclavización de los eslavos[8].

 Marx, como ya hemos señalado, partía de una concepción ambientalista y materialista sobre la "raza eslava" como resultado de un país semiasiático y falto de civilización, aunque tuviera "apariencia de civilización que los adaptase a los instrumentos técnicos de los pueblos del Oeste sin imbuirlos de sus ideas" [9]. Como apunta el antropólogo Marvin Harris, tanto Lenin como Stalin ignoraron o encubrieron dicha teoría de Marx sobre el "modo de producción asiático", una idea que en los años sesenta recogió K.A. Wittfogel, llamándola "tiranía hidráulica". Para este autor, debido a las condiciones ecológicas propias de tan basto imperio,  existió una continuidad entre la Rusia zarista y la soviética tendente a la  centralización estatal de los recursos económicos, lo que implica el desarrollo de  formas despóticas de poder [10].

 

DE PEDRO “EL GRANDE” A LENIN.

 

Según el discurso de Marx sobre la historia de Rusia, considera el período comprendido entre el reinado de Iván III (1462-1505)  y el de Pedro "el Grande" (1682-1725) como los comienzos del imperialismo expansionista ruso,  que entiende como un "sistema de agresión mundial" donde la búsqueda de la salida hacia el mar es uno de sus principales móviles. De esta manera entiende la política de Pedro el Grande, "inventor" de la política moderna rusa,  dentro de la idea "occidentalizar" Rusia,  simbolizando esto al establecer la capital en San Petersburgo. Al hacer esto "desafió abiertamente los instintos antimarítimos de aquella raza y degradó hasta convertirla en una mera fuerza de mecanismo político" . La diplomacia de Pedro el Grande jugó tanto a asombrar a Occidente como a hacerles temer de su poder, que más que poder, Marx considera como un "fantasma de poder", es decir, un espejismo de lo que realmente era el imperio ruso: un gigante con los pies de barro. Las siguientes líneas pueden resumir la interpretación que Marx desarrolla a lo largo de esta obra:

 

"La asombrosa y aplastante influencia que Rusia ha adquirido en Europa en diferentes épocas alarmó a los pueblos del Oeste, sometiéndose a ella como si fuera una fatalidad o resistiéndose...Sin embargo, junto a la fascinación ejercida por Rusia, se desarrolla un escepticismo continuamente reavivado, acechándola como una sombra, creciendo a la  par de ella lo hacía, mezclando estridentes notas de ironía con los gritos de pueblos agonizantes y ridiculizando su misma grandiosidad como una actitud histriónica adoptada para deslumbrar y engañar...Constituye el único ejemplo de la historia en que la existencia real de su potencia, incluso tras hazañas mundiales, nunca ha dejado de ser tratada más bien como cuestión de fé que como realidad." [11]

           

Este diagnóstico histórico se cumplió, con sorprendente exactitud, durante todo el zarismo y, sobre todo, en gran parte de la trayectoria de la URSS. Ya en sus comienzos el predominio de lo ruso dominó la conformación de la URSS [12], aunque una de las bases del régimen sería el internacionalismo y el respeto a las nacionalidades.  La realidad no fue así. La URSS nacida en 1922 se conformó mediante el aditamento, una veces voluntario y otras veces impuesto por las armas, del resto de los pueblos del antiguo imperio ruso a la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (RSFSR) creada en 1918.

            A nivel de las ideas políticas, como ha señalado Roger Portal, el socialismo ruso tenía un gran componente de eslavofislismo antioccidental, junto al poplismo, el nihilismo y los métodos terroristas[13] . Para J. A. Gallego el revisionismo de Lenin de la teoría marxista iba definido por un predomino de la "praxis". Esto significa llegar a la idea clave del marxismo-leninismo: el "desarrollo desigual" de Rusia respecto a Occidente. Esto demostraba el peso del elemento "ruso" en el pensamiento leniniano y en su concepción del futuro régimen [14].

            El fundador del nuevo estado, Lenin, se declaraba abiertamente enemigo del "chauvinismo ruso" y del imperialismo. Sin embargo, llegado el momento de gobernar, se puso de manifiesto el desfase entre los proyectos y la realidad. Aunque Lenin contemplaba para el futuro (como apuntó E.H. Carr)  en uno de sus textos más utópicos, El Estado y la revolución (1917), una revolución mundial y una sociedad sin clases y sin estado, en la realidad, parecía que todo apuntaba al establecimiento de un estado centralizado y fuerte. Para muchos autores, ya se prefiguraba el modelo del "socialismo en un solo país" . 

           

DE LENIN A STALIN

 

Por ironías del destino, sería Stalin, como comisario de nacionalidades, quien en la Declaración de Derechos de los Pueblos de Rusia (noviembre de 1917) establecería que "no se puede ni se debe retornar a esta política vergonzosa. Hay que sustituirla por una política de la unión voluntaría y leal de los pueblos de Rusia". Sin embargo, su proyecto de estado soviético no era otra que la agregación a Rusia de las restantes repúblicas soviéticas (Ucrania, Bielorrusia, Armenia, Azerbaján  y Georgia). Frente a esta idea, triunfó en 1922, la de una federación de repúblicas soviéticas en pie de igualdad  que defendía Lenin.  La polémica abierta sobre el problema de las nacionalidades entre Stalin y Lenin ha sido tomada como un ejemplo de la radical diferencia entre ambos. Lenin en diciembre de 1922 achacaba el problema a la actitud intransigente de Stalin, y criticaba "las actitudes imperialistas hacia nacionalidades oprimidas, quebrantando con ello por completo nuestra sinceridad de principios, toda la defensa que hacemos de la lucha contra el imperialismo". [15]

No obstante, esta idea no casaba con la concepción del mismo Lenin del estado soviético  y del partido bolchevique, como entidades fuertemente jerarquizadas y centralizadas en Rusia y en su capital: Moscú. Nos encontramos de nuevo, con el desfase entre la idea  y la realidad en Lenin, cosa ésta que tras la "desestanilinzación"  se ignoró, personalizando todas las culpas y vilezas del sistema en Stalin.

            Stalin simplificó la complejidad del marxismo y lo orientó hacia la tradición autocrática rusa, acabando con los titubeos de Lenin acerca de cómo organizar el nuevo estado. Las ideas que Marx reflejó en su obra encajan a la perfección en el ejercicio de poder omnímodo de Stalin. Los métodos de Iván III sobre las intrigas podrían definir perfectamente las maquinaciones y purgas stalinistas: "sólo estaba dispuesto a participar en intrigas que formaran parte de un sistema general de intrigas, corrupción y usurpaciones ocultas" [16].

 

¿IMPERIO SOVIÉTICO?

 

Es a partir de Stalin cuando se puede hablar más propiamente de "imperio soviético" como recientemente ha señalado Gabriel Jackson [17]. El historiador George Lichtheim al estudiar el fenómeno del imperialismo,  afirma que si seguimos la "tradición democrática que Marx y Engels heredaron de sus predecesores" al relacionar "imperialismo con opresión nacional, entonces la Unión Soviética actual [1971] no difiere mucho en algunos aspectos del Imperio de los Romanof"; contínua diciendo que "si alguna vez surge esa teoría [del imperialismo sin capitalismo o "imperialismo poscapitalista"] habrá que tomar como punto de partida la era stalinista" [18]. Para el historiador español Antonio Elorza el "modelo staliniano" respondía una serie de puntos básicos: el poder absoluto del partido , único intérprete del marxismo-leninismo ;conservadurismo en base a un Estado-partido; utilización de la movilización de las masas; sacralización del líder utilizando las figuras de Marx y Lenin; el terror como soporte de poder, y por último, un "nacionalismo internacionalista" [19].

Bajo este eufemismo del “nacionalismo internacionalista”, lo que se encubría  era una nueva modalidad del imperialismo agresivo ruso: el "nacional-bolchevismo" (Carlos Taibo). El aislamiento exterior de la URSS y sobre todo, la victoria sobre Hitler en la "Gran Guerra Patria" (II Guerra Mundial) ayudaba a conformar este modelo "imperial". De esta forma se entiende el reparto de Polonia con Hitler en 1939, la posterior anexión de los países bálticos (1940) y la guerra con Finlandia.

1945 significó además de la victoria sobre el fascismo, el dominio de la Europa Oriental y la desarticulación de las experiencias democráticas en esos países [20]. François Furet ha apuntado en su obra El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX (FCE, México, 1995) como la victoria de 1945 significó en Rusia la consagración del "patriotismo de la servidumbre"  cercano al que opuso a la invasión napoleónica de  1812. Oficialmente se rescató la historia de la Rusia imperial y todos sus mitos (ya en 1937, se puso de manifiesto con la gran película de Eisenstein, Alexander Nevski), congraciándose incluso con la iglesia ortodoxa. Stalin manejó y mantuvo el mito de la "revolución comunista internacional" bajo el liderazgo indiscutible de la URSS.

Muchos intelectuales y partidos comunistas de Europa creyeron en esta idea y sirvieron ingenuamente al imperialismo que tanto denostaban. Trotsky, feroz enemigo de Stalin, escribiría en 1937 que la "democrática" Constitución del año anterior sólo serviría para "coronar el poder personal de Stalin bajo el nombre de presidente plenipotenciario, de jefe vitalicio, de cónsul inamovible o -¿quién sabe?- de emperador. En cualquier caso, los "amigos" extranjeros...que han cantado a la "Constitución" estalinista corren el peligro de caer en una difícil situación. Les manifestamos de antemano nuestra compasión"  [21].

            Con el fin del estalinismo, y a pesar de que sus sucesores fueron "presidentes de un liderazgo colectivo más que dictadores arbitrarios y asesinos" (G. Jackson), en el contexto de la Guerra Fría, todavía se dejaron observar caracteres imperialistas como demostró la guerra de Afganistán (1979-1988). A este respecto el historiador estadounidense Richard Pipes, ha escrito que “aún hoy, cualquier nostalgia que puedan sentir los rusos por la Unión Soviética procede no de la añoranza del régimen interno –es decir, del  comunismo-, sino casi exclusivamente del embriagador recuerdo de cómo esta era respetada y temida por otras naciones”[22].

           

LA RUSIA POSTSOVIÉTICA: ¿RUPTURA O CONTINUIDAD CON EL PASADO?

 

Actualmente en la  Rusia democrática y presidencialista de Boris Yeltsin (1991-1999) y Vladimir Putin se vive un resurgimiento de ideas ultrancionalistas e imperialistas, desde las del escritor Alexander Solzenitsin, hasta la zafiedad fascista Zhirinovski[23]. Incluso la misma acción de los  gobiernos de Yeltsin y Putin sobre Chechenia demuestran que la idea “imperial” o ultranacionalista lejos de desaparecer se intensifica en épocas de crisis. Rusia "creó" la URSS en 1922 y la desmanteló en 1991  (por el acuerdo de Minsk, que por otra parte fue declarado nulo por la Duma rusa el 5 de marzo de 1996).

En la actualidad, a partir de mitad de los años noventa del siglo XX,  la nueva doctrina militar y política rusa se basa en la idea de la defensa de la "zona de intereses estratégicos de la Federación Rusa", que no es otra que la de los antiguos límites del imperio zarista y soviético  y sus "zonas de influencia" en Europa oriental. Esto en gran parte explica la conformación la CEI (Comunidad de Estados Independientes) bajo el poder ruso en 1991[24]; las reticencias rusas a la ampliación de la OTAN y de la UE hacia el este[25]; su papel contrario a la intervención de la OTAN en Kosovo en la primavera de 1999; la firma se la unión con Bielorrusia el 8 de diciembre de 1999; y las intervenciones militares en el Cáucaso (Chechenia)  y en Asia Central (Tayikitán). Sin embargo, en los últimos años ante la obsesión por quedar “cercada”, Rusia ha practicado otra forma más sigilosa, pero sin duda más rentable y eficaz; nos estamos refiriendo a la notoria “expansión energética” en países cercanos como Ucrania, Lituania, Bulgaria o Rumanía. No en balde el Estado ruso obtiene el 40% de sus divisas en la exportación de hidrocarburos.[26]

            Desde la perspectiva del corresponsal del Financial Times en Moscú, Bruce Clark  (An Empire New Clothes, 1996), el resurgimiento de la idea imperial comenzó con la celebración apoteósica del Día de la Victoria el 9 de mayo de 1995. El mito de la "Gran Guerra Patria" aún se mantiene en el colectivo imaginario ruso, como ha descrito Joanna Hubbs ( Mother Russia, 1988), la patria rusa es una apelación a las raíces agrícolas y matrifocales de Rusia. Para Antonio Pérez Ramos, esta idea tiene mucho que ver en la inexistencia de un movimiento antimilitarista e insumiso en la juventud rusa del momento, a pesar de la manifiesta degradación del ex-Ejército Rojo [27].

            Los dramáticos acontecimientos que llevaron al asalto del Parlamento ruso en 1993 cimentaron la unión de "los restos del nacional-bolchevismo de otrora con las nuevas hornadas de este nacionalismo integrista", según Carlos Taibo. Para el mismo autor, el mismo Partido Comunista Ruso de Ziuganov no responde a una fuerza innovadora sino a todo lo contrario, a defender un ideal de "orden" de los valores rusos [28]. El analista ruso Alexander Tsipko ha llegado a afirmar tajantemente  que  Rusia " nunca conseguirá librarse por completo de sus estigma imperialista", mientras que no suelte el pesado lastre histórico de creerse heredera del imperio ruso y del imperio soviético [29].

            Las guerras de Chechenia (1994-2000) responden en muchos sentidos a la estrategia del imperialismo ruso de Iván III explicada por Marx:

 

"Durante todo un mes trazó, con insistencia cada vez mayor, un círculo de fuego y devastación alrededor de Novgorod, manteniendo en suspenso y esperando tranquilamente hasta que la república, desgarrada por los bandos, hubiera atravesado todas las fases de la desesperación salvaje, el triste desaliento y la resignada impotencia. Novgorod fué esclavizada. También lo fueron las demás repúblicas rusas" [30]

           

Si comparamos lo escrito por Marx con el texto de las octavillas que el ejército ruso  lanzaba sobre los habitantes de un Grozni sitiado el  6 de diciembre de 1999, encontramos de nuevo una sorprendente similitud. El folleto en cuestión expresaba lo siguiente:

 

"Están cercados... Han perdido. El mando ruso les ofrece su última oportunidad...Todos los que se queden en Grozni serán considerados como terroristas y aniquilados por la artillería y la aviación. Quienes no abandonen la ciudad serán muertos" [31].

 

            Como conclusión,  podemos hacer nuestras las siguientes líneas escritas por el historiador Charles Urjewicz, que recientemente se ha preguntado sobre Rusia:

 

“¿Potente imperio o potencia mediana? Mientras que su economía sigue siendo frágil, y mientras continua la guerra de Chechenia, ¿encontrará este gigante recursos para fundar una nueva identidad lejos de la política de fuerza impuesta a sus regiones y mercados, estableciendo relaciones de confianza con sus socios de la CEI?”.[32]

Proyecto Clío

 

BIBLIOGRAFÍA.

 

INTERNET:

Centro de Estudios sobre Europa del Este y Rusia (Univ. Pittburgh):

www.ucis-pitt.edu/reesweb.

Centro de Estudios del mundo ruso/Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales:

www.ehss.fr/centres/cersps/index.

Gobierno ruso:

www.gob.ru.

“Russia Online”:

www.rol.ru/channel.

 

TEXTOS PARA TRABAJAR.

Nuestro trabajo ha intentado reflejar la gran paradoja que supone que el primer estado comunista del mundo, la URSS, que decía recoger la ideas de Karl Marx, encubrió durante gran parte de su historia los escritos de Marx sobre Rusia, el elemento principal del estado soviético. Sin duda, Marx no se diferenciaba en nada, como hemos visto, del resto de la intelectualidad decimonónica con respecto a lo que pensaba de Rusia. Por otro lado, el concepto de “imperio” no ha dejado de sobrevolar sobre la política soviética y rusa. Tanto rusos como foráneos han alimentado la realidad o el mito del “imperialismo ruso”, quizá la verdad se encuentre a mitad  de camino entre ambos.

            A continuación reproducidos extractos del libro de Marx que hemos reseñado en nuestro artículo, Historia de la diplomacia secreta en el siglo XVIII, atendiendo a la ya citada edición española de Taller de Sociología del año 1979. Nuestra intención es dotar de textos para el trabajo del profesor de una obra poco conocida y de no muy fácil acceso en nuestros días. Esta pequeña pero densa obra (contiene 159 págs. en la edición española), se divide en 5 capítulos; son particularmente interesantes los últimos dos capítulos, el 4 y el 5, de los cuales extractaremos los textos que siguen. En los tres primeros, Marx se dedica sobre todo a analizar documentos sobre las relacione diplomáticas entre Inglaterra y Rusia a principios del siglo XVIII.

También creemos interesante reproducir parte del texto del pensador liberal Tocqueville al que nos referimos en la introducción. La razón de ello es observar la relativa concordancia entre un pensador liberal conservador, como era el francés, con la opinión de un pensador revolucionario, Marx, sobre Rusia. Esta idea del siglo XIX de ver a Rusia como un peligro para Occidente ha sido magistralmente expuesta en los dibujos animados (donde Rusia es representada como un gigantesco y agresivo oso que ataca a una debilitada Turquía) que aparecen en la poco conocida película de Tony Richardson, La última carga (1968), que relata el famoso pasaje de la carga de la brigada ligera en la Guerra de Crimea.

 

 

1. RUSIA Y EEUU, DOS MODELOS DE IMPERIO.

“Hay hoy en la tierra dos grandes pueblos que, partiendo de puntos distintos, parecen avanzar hacia el mismo fin: los rusos y los angloamericanos.

            Ambos han crecido en la oscuridad, y mientras las miradas de los hombres se dirigían a otros lugares, ellos se han situado de pronto en primera fila entre las naciones, y el mundo se ha enterado casi al mismo tiempo de su nacimiento y de su grandeza.

            Los demás pueblos parecen haber alcanzado más o menos los límites trazados por la naturaleza y no tener ya más que hacer sino conservar; pero ellos están creciendo, todos los otros están detenidos o sólo avanzan con mil esfuerzos, y sólo ellos marchan con paso fácil y rápido en un progreso cuyo límite no es posible precisar todavía.

            El americano lucha contra los obstáculos que le opone la naturaleza: el ruso está en pugna con los hombres. El uno combate al desierto y a la barbarie; el otro, a la civilización revestida con todas sus armas; las conquistas del norteamericano se han con la reja del labrador, y las del ruso con la espada del soldado.

            Para alcanzar su objetivo, el primero se apoya en el interés personal y deja que actúen , sin dirigirlas, la fuerza y la razón de los individuos.

            El segundo concentra en un hombre todo el poder de la sociedad.

            Uno tiene por principal medio de acción la libertad; el otro, la servidumbre.

            Su punto de partida es diferente y sus caminos, distintos; sin embargo, cada uno de ellos parece llamado por un secreto designio de la Providencia a tener un día en sus manos los destinos de medio mundo”.

TOCQUEVILLE, Alexis de, La democracia en América, vol. I, Ed. Alianza, Madrid, 1989, págs. 385-386. (1ª edición en francés, 1835).

 

2. LA HISTORIA DE RUSIA SEGÚN K. MARX.

2.1. El expansionismo ruso de los varegos:

            “La asombrosa y aplastante influencia que Rusia ha adquirido en Europa en diferentes épocas, alarmó a los pueblos del Oeste, sometiéndose a ella como si fuera un fatalidad o resistiéndose pero únicamente a sacudidas. Sin embargo, junto a la fascinación ejercida por Rusia, se desarrolla un escepticismo continuamente reavivado, acechándola como una sombra, creciendo a la par que lo hacía, mezclando estridentes notas de ironía con los gritos de pueblos agonizantes y ridiculizando su misma grandiosidad con una actitud histriónica adoptada para deslumbrar y engañar. Otros imperios se han encontrado con dudas similares en su infancia. Rusia se ha convertido en un coloso sin superarlas. Constituye el único ejemplo de la historia en que la existencia real de su potencia, incluso tras hazañas mundiales, nunca ha dejado de ser tratada más bien como cuestión de fe que como realidad. Desde el principio del siglo dieciocho hasta nuestros días, ningún autor, tanto si se proponía exaltar a Rusia como si se proponía refrenarla, pensó que ello fuera posible sin prescindir de demostrar en primer lugar su existencia.

            Pero, tanto si somos espiritualistas como si somos materialistas con respecto a Rusia –si consideramos su poder como un hecho palpable o como una nueva visión del producto de las conciencias de los pueblos europeos golpeadas por la culpabilidad- la cuestión sigue siendo la misma: “¿Cómo se las ingenió este poder, o este fantasma de poder, para alcanzar tales dimensiones como para despertar por un lado afirmaciones apasionadas y por otro la negación airada de la amenaza que supone para el mundo su ensayo de Monarquía Universal?”. Al principio del siglo dieciocho, Rusia era considerada como una creación extemporizada del genio de Pedro el Grande que brotó inesperadamente como si se tratase de un champiñón. Schloezer creyó haber hecho un descubrimiento al averiguar que poseía un pasado; y en los tiempos modernos, algunos escritores, como Fallmerayer, siguiendo inconscientemente el camino trazado por los historiadores rusos, han afirmado deliberadamente que el espectro del norte que atemoriza a la Europa del siglo XIX ya se cernía sobre la Europa del sigo IX. Según ellos la política de Rusia comienza con los primeros rúricos[33] y ha seguido sistemáticamente, por supuesto con algunas interrupciones, como el Imperio de Carlomagno precede a la fundación de Francia, Alemania e Italia modernas, el imperio de los rúricos precede a la fundación de Polonia, Lituania, los demás asentamientos del Báltico, Turquía y la propia Moscú. El rápido movimiento de expansión no fue el resultado de proyectos bien preparados sino el descendiente natural de la primitiva organización de la Conquista Normanda – vasallaje sin feudos, o feudos consistentes únicamente en tributos- pues la necesidad de nuevas conquistas era avivada por la ininterrumpida afluencia de nuevos aventureros varegos, anhelantes de gloria y botines. Los jefes ansiando reposo, fueron forzados a seguir avanzando por la Congregación de los Fieles y llegó a un momento en que los de la Normandía rusa[34] y francesa enviaron a sus incontrolables e insaciables compañeros de armas a nuevas expediciones de rapiña con el único objeto de desembarazarse de ellos. El arte militar y la organización de conquista poir parte de los primeros rúricos no defiere en ningún aspecto de la de los normandos en el resto de Europa. Si las tribus eslavas fueron sometidas no solo por la espada sino también por mutuo acuerdo, esta singularidad se debe a la posición excepcional de aquellas tribus, situadas  entre una invasión del Norte y otra del Este, aceptando a la primera en cuanto suponía una protección contra la última. El mismo encanto mágico que atrajo a otros bárbaros nórdicos hacia la Roma del Oeste, atrajo a los varegos a la Roma del Este. La isma emigración de la capital rusa –Rurik la fijó en Novgorod, Oleg la desplazó a Kiev y Staviaslav intentó establecerla en Bulgaria-[35] prueba sin lugar a dudas de que el invasor sólo estaba explorando el camino y consideraba a Rusia como un mero lugar de paso desde el cual seguir errando en busca de un Imperio en el Sur. Si la Rusia moderna ansía la posesión de Constantinopla[36] para establecer su dominio sobre el mundo, los rúricos, por el contrario, ante la resistencia de Bizancio, bajo Zimiscés, se vieron obligados a establecer su dominio en Rusia.

            Puede decirse objetarse que vencedores y vencidos se amalgamaron en Rusia mucho más rápidamente que el cualquier otra conquista de los bárbaros nórdicos, que los jefes enseguida se mezclaron con los esclavos –como los demuestran sus matrimonios y sus nombres. (....)

            Bajo Yaroslav[37] se quebró la supremacía de los varegos, pero simultáneamente desaparece la tendencia conquistadora del primer período y comienza la decadencia de la Rusia gótica[38]. La historia de esta decadencia prueba el carácter exclusivamente gótico del imperio de los rúricos, mejor todavía que la de su conquista y formación” (págs. 105-110).

2.2. El comienzo del imperio del Principado de Moscú: Iván Kalitá.

“Aquel estrafalario y precoz Imperio amontonado por los rúricos, difícil de gobernar debido a su extensión, al igual que otros imperios que han experimentado un crecimiento semejante, quedó disuelto en estados, dividido y subdidividido entre los descendientes de los conquistadores, destruido por las guerras feudales, despedazados por la intervención de pueblos extranjeros (...)

            Los estados del Sur y del Oeste pasan a ser sucesivamente lituanos, polacos, húngaros, livonios y suecos. La misma Kiev, la antigua capital, sigue su propio camino, después de haber descendido desde su posición de sede del Gran Principado a ser territorio de una ciudad. De este modo la Rusia de los normandos desparece totalmente de la escena y las pocas y débiles reminiscencias que todavía quedaban se ellas desparecen antes de la terrible aparición de Genghis Khan. El nacimiento de Moscovia está formado no por la violenta gloria de la época normanda, sino por el lodo sangriento de la esclavitud mongola, y la Rusia moderna, no es sino la metamorfosis de Moscovia.

            El yugo tártaro[39] duró desde 1237 hasta 1462, más de dos siglos; durante ese tiempo no sólo aplastó sino que deshonró y marchitó el alma del pueblo que se convirtió en su presa. Las instituciones de los tártaros mongoles  estaban dominadas por el terror sistemático, la devastación y la masacre generalizada. (...) Además crearon desiertos guiándose por el mismo principio económico que ha despoblado las tierras altas de Escocia y la Campagna di Roma: la conversión de hombres en ovejas y de tierras fértiles y poblaciones populares en pastos[40].

            Antes de que Moscovia emergiera de la oscuridad, el yugo tártaro ya había durado cien años. Para mantener la discordia entre los príncipes rusos y garantizar su servil sumisión, los mongoles restauraron la dignidad del Gran Principado. La lucha entre los príncipes rusos por obtener esta dignidad crea, como sostiene un autor modernos, “una lucha abyecta: la lucha de unos esclavos cuya principal arma era la calumnia y que siempre estaban dispuestos a denunciar al otro a sus crueles gobernantes (...)” En esta lucha infame quien por último ganó el premio fue la rama de Moscú. En 1328 la corona del Gran Principado, arrebatada a la rama de Tver a fuerza de denuncias y asesinatos, fue recogida de los pies de Ubeck Khan[41] por Yury, el hermano mayor de Ivan Kalitá e Iván III el Grande[42], representan el surgimiento de Moscovia por medio del yugo tártaro y la conversión de Moscovia en una potencia independiente con la desaparición del dominio tártaro. Toda la política de Moscovia, desde su primera aparición en la escena de la historia, está resumida en la historia de estos dos individuos.

            La política de Iván Kalitá era simplemente la siguiente: desempeñar el vil papel de instrumento del Khan de manera que pudiera apropiarse de su poder y entonces volverlo contra sus príncipes rivales y sus propios súbditos (...) La única base segura sobre la que levantar este edificio de fraudes y usurpaciones era el perpetuo soborno del Khan y sus grandes. Perp ¿cómo podía el esclavo conseguir el dinero con el cual sobornar a su amo? Convenció al Khan de que le nombrara su recaudador de impuestos por todos los principados rusos. Una vez investido de esta función obtuvo dinero por la fuerza con todo tipo de falsos pretextos. La riqueza acumulada gracias al terror que infundía el nombre de los tártaros la utilizó para corromper a los propios tártaros. Mediante soborno indujo al primado a trasladar la sede episcopal de Vladimir a Moscú, con lo que esta última quedó convertida en capital del imperio, porque era la capital religiosa, y acoplando el poder de la Iglesia al de su trono. También mediante sobornos, sedujo a los boyardos[43] de los principados vecinos para que traicionaran a sus jefes y se convirtió él mismo en su centro de atracción. Mediante su influencia conjunta de los tártaros mahometanos,  de la Iglesia griega y de los boyardos unió a los príncipes que poseían estados en una cruzada contra el más peligrosos de todos ellos: el príncipe de Tver; pero entonces, cuando sus recientes aliados, ante sus atrevidos intentos de usurpación, le opusieron resistencia en una guerra por el bien público, no tiró la espada sino que corrió al Khan. Mediante sobornos y engaños le convenció de que asesinara a sus parientes rivales haciéndoles pasar por los más crueles suplicios. (...) Iván Kalitá convierte al Khan en el instrumento mediante el cual se deshace de sus competidores más peligrosos y elimina cualquier obstáculo en su propio avance usurpador. No conquista los estados pero, subrepticiamente, hace que los derechos de la conquista tártara redunden en su propio beneficio. (...) De este modo se convierte en fundador de la potencia moscovita, y su pueblo, de modo característico, le llama Kalitá, es decir, la bolsa, porque abrió camino mediante la bolsa y no mediante la espada. (...) Todo su sistema se puede expresar en unas pocas palabras: el maquiavelismo de un esclavo usurpador. Hizo de su propia debilidad – la esclavitud- el motivo principal de su fuerza. (...) (págs. 111-115).

2.3. El nacimiento de un nuevo imperio: Iván III “el Grande”.

“Al comienzo de su reinado (1462-1505) Iván III era todavía tributario de los tártaros (...) Al final de su reinado contemplamos a Iván  III sentado en su trono independiente, a su derecha, la hija del último emperador de Bizancio, a sus pies, Kazán[44], y los restos de la Horda de Oro acudiendo en tropel a su corte; Novgorod y las demás repúblicas rusas, esclavizadas; Lituania disminuida y su rey convertido en un instrumento en las manos del Iván, los caballeros de Livonia, derrotados. Europa, apenas consciente de la existencia de Moscovia, -encerrada entre los tártaros y los lituanos – al comienzo del reinado de Iván, quedó sorprendida y deslumbrada por la repentina aparición en su extremo oriental (...) ¿Cómo era posible que Iván realizara tales hazañas? (...)

Examinemos brevemente sus principales contiendas, en el orden en el que se sucedieron: contra los tártaros, contra Novgorod, contra los prínciples de los demás estados, y la última, contra Lituania-Poonia.

Iván liberó a Moscovia del yugo tártaro, no de un golpe de audacia, sino a través de una paciente labor que duró unos veinte años. No rompió el yugo sino que escapó de él sigilosamente. (...) Para sublevarse contra la Horda, los moscovitas no tenían que inventar nada nuevo sino únicamente imitar a los propios tártaros. Pero Iván no se sublevó; se reconoció humildemente  como esclavo de la Horda de Oro. (...) Aunque continuaba postrándose ante los enviados del Khan, y se proclamaba a sí mismo su vasallo, eludía el pago del tributo bajo falsos pretextos, empleando todas las estratagemas propias de un esclavo fugitivo que no se atreve a enfrentarse con su dueño sino sólo a alejarse de su alcance. Por último el Mogol se despierta de su letargo y suena la hora de la batalla. Iván temblando ante la sola idea de un encuentro armado, intenta esconderse tras su propio miedo y apaciguar la furia de su enemigo retirando el objeto de su venganza. (...) Moscovia espera entonces con inquietud su irremediable sentencia, cuando de pronto oye, que mediante un ataque a su capital por parte del Khan de Crimea, la Horda de Oro se ha visto destruida por los cosacos y los Tártaros de Nogay[45]. De esta forma la derrota se convirtió en un triunfo e Iván había derrocado a la Horda de Oro sin combatirla (...) Con prudente cautela no se atrevió a incorporar a Kazán a Moscovia, sino que la cedió a soberanos pertenecientes a la familia de Menghi-Ghirei, su aliado de Crimea, para que la administrara por Moscovia. Con los trofeos de los tártaros vencidos encadenó a los tártaros victoriosos. (...) Por consiguiente asumió en el extranjero la actitud teatral de un conquistador (...)

            Después de la rendición de Kazán, partió para una expedición largamente planeada contra Novgorod, la cabeza de las repúblicas rusas. (....)

            Iván empleó siete años en corromper la república mediante el ejercicio de su autoridad judicial (...) Para quitarse su propia máscara de moderación necesitaba una violación de la paz por parte de Novgorod. De la misma forma que había simulado mantener la calma, simulaba ahora un repentino ataque de pasión. Después de sobornar a un mensajero de la república para que se dirigiera a él durante una audiencia pública con el nombre de soberano, exigió inmediatamente todos los derechos de un déspota: la autoaniquilación de la república. (...)

            Entonces este moscovita contemporáneo de Maquiavelo[46] se quejó adoptando el énfasis y la actitud de la indignación moral “eran los habitantes de Novgorod quienes solicitaban que fuera su soberano; y cuando, accediendo a sus deseos había asumido por fin aquel título, ellos le rechazaban y tenían el descaro de desmentirle formalmente en presencia de toda Rusia; se habían atrevido a derramar la sangre de sus compatriotas que seguían siendo fieles y a traicionar el cielo y la tierra sagrada de los rusos atrayendo dentro de sus límites a una religión y un dominio extranjero” (...) Durante todo un mes trazó, con insistencia cada vez mayor, un círculo de fuego y devastación alrededor de Novgorod, manteniendo durante todo el tiempo la espada en suspenso y esperando tranquilamente hasta que la república, desgarrada por los bandos, hubiera atravesado todas las fases de la desesperación salvaje, el triste desaliento y la resignada impotencia. Novgorod fue esclavizada. También lo fueron las demás repúblicas rusas. (...)

            Por fin llegamos a la última  gran contienda de Iván: la que mantuvo con Lituania. Empezó con su subida al trono y finalizó solo unos años antes de su muerte. Durante 30 años redujo esta contienda a una guerra diplomática, fomentando e incrementando las disensiones internas entre Lituania y Polonia, influyendo en los vasallos rusos de Lituania que estaban descontentos y paralizando a su enemigo creándole enemigos a su vez; (...) Sin embargo, la muerte del rey Casimiro[47],  y la subida del débil Alejandro, cuando los tronos de Lituania y Polonia quedaron temporalmente separados, cuando estos países habían paralizado a sus respectivas fuerzas en una lucha mutua; (...) cuando de este modo la debilidad de Lituania se había hecho palpable, entonces Iván comprendió que había llegado el momento propició para demostrar su fuerza y esta condición dio lugar a una explosión de triunfo por su parte. Todavía esto no fue más allá de una demostración teatral de guerra: una demostración de fuerzas aplastantes. Tal como había previsto, sólo con fingir deseos de luchar conseguía que Lituania capitulara (...)

            Una simple sustitución de nombres y de fechas evidenciaría que entre la política de Iván III y la de la Rusia moderna, no es que exista parecido, sino que existe identidad. Iván III, por su parte, no hizo sino perfeccionar la política tradicional de Moscovia, legada por Iván I Kalitá, el esclavo mogol, alcanzó la grandeza manejando el poder de sus mayores enemigos, como los tártaros, contra sus enemigos menores, los príncipes rusos. Sólo pudo manejar el poder de los tártaros a través de falsos pretextos. Viéndose obligado a disimular ante sus dueños la fuerza con la que contaba realmente, tenía que deslumbrar a sus compañeros de servidumbre con un poder que no poseía. Para resolver su problema tuvo que elaborar todas las artimañas de la más vil esclavitud en un sistema, y ponerlo en práctica con el paciente trabajo del esclavo. Sólo estaba dispuesto a participar en intrigas que formaran parte de un sistema general de intrigas, corrupción y usurpaciones ocultas. No pudo golpear antes de haber envenenado. Con él la unidad de objetivos se convirtió en duplicidad de acción. Usurpar mediante el uso fraudulento de un poder hostil, debilitar este poder mediante el propio acto de su utilización y destruirlo finalmente mediante los efectos producidos por su propia intervención: esta política le fue inspirada a Iván Kalitá por el carácter peculiar tanto de la estirpe gobernante como de la subordinada.

            Su política permaneció todavía en la de Iván III. Esta es también la política de Pedro el Grande y de la Rusia moderna, con todos los cambios de nombre, sede y carácter que haya experimentado el poder hostil utilizado. Naturalmente Pedro el Grande es el inventor de la política moderna rusa pero sólo llegó a serlo después de despojar al viejo método moscovita de usurpación de su carácter meramente local y sus adiciones accidentales, destilándolo en una fórmula abastracta, generalizando su objetivo, y elevando su propósito  de la destrucción de determinados límites del poder a la aspiración del poder ilimitado. Transformó a Moscovia en la Rusia moderna mediante la generalización de su sistema y no mediante la mera adición de algunas provincias.

            En resumen, Moscovia se crió y creció en la terrible y abyecta escuela de la esclavitud mogola. Únicamente llegó a adquirir fuerza convirtiéndose en un virtuoso en el arte de la servidumbre. Incluso cuando se liberó, Moscovia continuó representando su papel tradicional del esclavo que actúa como su señor. Finalmente Pedro el Grande reunía la astucia política del esclavo mogol con las soberbias aspiraciones de su señor, al que Genghis Khan había legado su voluntad de conquista sobre la tierra.” (págs.  115-127).

2.4. Rusia, un país tradicionalmente de espaldas al mar.       

“Hay un rasgo característico de la raza eslava que chocará a cualquier observador. Prácticamente en todas partes se confinó tierras adentro, dejando la costas a tribus no eslavas. Las tribus finotártaras se quedaron con las costas del Mar Negro y los lituanos y fineses con las del Báltico y Mar Blanco. Dondequiera que llegaban hasta las orillas del mar, como por ejemplo en el Adriático y parte del Báltico, en poco tiempo se habían de someter a un dominio extranjero. El pueblo ruso compartió este destino común con la raza eslava. Cuando aparecieron por primera vez en la historia su país era el territorio que rodea las fuentes y curso superior del río Volga y sus afluentes, Dnieper, Don y Dwina del norte. Territori que no tocaba mar por ninguna parte, salvo la extremidad del Golfo de Finlandia. Antes de Pedro el Grande tampoco habían demostrado ser capaces de conquista una salida marítima, aparte de la del Mar Blanco, que durante las tres cuartas partes del año estaba helado. El lugar sobre el que actualmente se levanta Petersburgo había sido durante mil años una tierra disputada entre fineses, suecos y rusos. Toda la extensión restante de la costa, desde Polanguen, junto a Memel, hasta Torrera, y toda la costa del Mar Negro desde Akeman hasta Redut Kalen ha sido conquistada posteriormente. Como testimonio de esta peculiaridad antimarítima de la raza eslava, a todo lo largo de la costa, ninguna porción de l costa báltica ha adoptado realmente la nacionalidad rusa. Tampoco la costa este de Circasia y Mingrelia en el Mar Negro. Sólo la costa del Mar Blanco, y en la medida en que merecía la pena ser cultivada, alguna porción de la costa del norte del Mar Negro y parte de la costa del Mar de Azov han estado realmente pobladas por habitantes rusos, quienes, sin embargo, a pesar de las nuevas circunstancias en las que se encuentran, siguen absteniéndose de tomar el mar  y se aferran obstinadamente a las tradiciones terrestres de sus antepasados”. (págs. 129-130).

2.5. El imperio “occidental” de Pedro el Grande.

            “Desde el primer momento Pedro el Grande[48] rompió con todas las tradiciones de la raza eslava. “Es agua lo que Rusia necesita”. Estas palabras, dirigidas a modo de reprimenda al príncipe Cantemir están inscritas en la primer página de su vida. La conquista del mar de Azov fue el objetivo de su primera guerra con Turquía, la conquista del Báltico en su guerra contra Suecia, la  conquista del Mar Negro  es de su segunda guerra contra la Sublime Puerta[49] y la conquista del Mar Caspio el de su fraudulenta intervención en Persia. Para un sistema de usurpación local la tierra era suficiente; para un sistema de agresión universal el agua se había vuelto indispensable[50]. Solo mediante la conversión de Moscovia de un país totalmente interior en un imperio que bordeaba el mar, pudieron sustituirse los límites tradicionales de la política moscovita fundiéndose en aquella atrevida síntesis que combina el método usurpador del esclavo de los mogoles con las tendencias de conquista universal del señor mogol y que constituye el nacimiento de la moderna diplomacia rusa.

            Se ha dicho que nunca ha existido, o ha podido existir, una nación importante que solamente ocupara una extensión importante que solamente ocupara una extensión interior, como era el imperio original de Pedro el Grande; que de este modo ninguna se ha resignado nunca a ver separadas de sí a sus costas y las desembocaduras del Neva, salida natural para los productos de la Rusia del norte, en manos de los suecos, ni las desembocaduras del Don, Dnieper y Bug y los estrechos de Kertch en manos de tártaros nómadas y saqueadores; que las provincias del Báltico, por su misma configuración geográfica son un corolario natural para cualquier nación dueña del territorio situado tras ellas; que, en una palabra, Pedro, por lo menos en aquella región, adquirió solamente lo que era absolutamente necesario para el desarrollo del país. Desde este punta de vista, Pedro el Grande en su guerra contra Suecia sólo pretendía edificar una Liverpool rusa y dotarla de su indispensable franja costera.

            Pero con todo esto se pasa por alto un hecho de gran importancia: el tour de force por el que Pedro trasladó la capital del Imperio desde el centro interior hasta la orilla del mar, el característico descaro con el que edificó la nueva capital en la primera franja de la costa del Báltico que conquistó, prácticamente a tiro de fusil de la frontera, proporcionando así de forma deliberada un centro excéntrico a sus dominios. Trasladar el trono de los Zares desde Moscú hasta Petersburgo era situarlo en una posición en la que mientras no se sometiera a toda la costa desde Libau hasta Tornea –una tarea no completada hasta 1809 con la conquista de Finlandia – no podía estar a salvo del menor de los ultrajes (...) Desde el primer momento fue un desafío para los europeos y un incentivo para posteriores conquistas por parte de los rusos. Las justificaciones de nuestros días de la Polonia rusa sólo constituyen un paso más en la ejecución de la misma idea. Modlin, Varsovia, Ivangorod son algo más que ciudadelas para mantener bajo control a un país rebelde. Constituyen la misma amenaza para el Oeste que Petersburgo, en su primera enmarcación lo fue hace cien años para el norte. Convertirán a Rusia en Paneslavonia, de la misma forma que las provincias bálticas se transformaron a Moscovia en Rusia.

            Petersburgo, el centro excéntrico del Imperio, apuntaba irremediablemente a una periferia al a que todavía tenía que atraerse. Por tanto, lo que separa la política de Pedro el Grande de la de sus antepasados no es sólo la conquista de las provincias del Báltico, sino el traslado de la capital que revela el auténtico significado de sus conquistas bálticas. Petersburgo no era, como Moscovia, el centro de una raza, sino la sede de un gobierno; no la paciente labor de un pueblo, sino la creación instantánea de un hombre, no un núcleo desde el que se expanden as peculiaridades de un pueblo interior, sino la extremidad marítima en las que aquéllas se pierden; tampoco el núcleo tradicional de un desarrollo nacional, sino la morada, deliberadamente escogida, de una intriga cosmopolita. Mediante el traslado de la capital, Pedro cortó los lazos naturales que ligaban el sistema de invasiones  de los antiguos zares moscovitas con las capacidades y aspiraciones naturales de la gran raza rusa. Al implantar su capital en la orilla del mar desafió abiertamente los instintos antimarítimos de aquella raza y la degradó hasta convertirla en una mera fuerza de su mecanismo político. Desde el siglo XVI Moscovia solamente había hecho adquisiciones importantes en la región de Siberia y hasta el siglo XVI las dudosas conquistas hacia el oeste y el sur sólo fueron efectuadas por la mediación directa del este. Con el cambio de capital, Pedro proclamó que él, por el contrario, se proponía trabajar en el este y en los países colindantes a través de la mediación del Oeste. Si la medicación del este estaba estrictamente circunscrita por el carácter estacionario y las relaciones limitadas de los pueblos asiáticos, la mediación del oeste en seguida se hizo ilimitada y universal debido al carácter movible de Europa Occidental y las relaciones que establecía hacia todas las direcciones. El traslado de la capital significó este deseado cambio de mediación, la conquista de las provincias del Báltico proporcionó los medios para su consecución, asegurando inmediatamente la supremacía de Rusia sobre los estados nórdicos vecinos, poniéndola en contacto inmediato con las potencias marítimas, las cual mediante esta conquista, pasaron a ser dependientes de Rusia en cuanto a sus reservas navales; dependencia que no existía cuando Moscovia, el país que poseía el mayo volumen de reservas navales, no contaba con salidas propias; mientras que Suecia, la potencia que detentaba estas salidas, no era dueña de los países que se extendían tras ellas.

            Si los zares moscovitas, que habían llevado a cabo su usurpación principalmente por medio de los katanes tártaros se vieron obligados a “tartarizar” a Moscovia, Pedro el Grande, el cual había optado por servirse de la intervención del Oeste, se vió obligado a “civilizar” Rusia. Al apoderarse de las provincias bálticas, se hizo inmediatamente con los instrumentos necesarios para este proceso. No sólo le proporcionaron diplomáticos y generales, los cerebros con los pondría en práctica sus sistema de acción política y militar en el Oeste, sino que también le ofrecieron una serie de burócratas, maestros y oficiales de adiestramiento que habían de dar a los rusos aquella apariencia de civilización que los adaptase a los instrumentos técnicos de los pueblos del Oeste sin imbuirlos en sus ideas. (...) (págs. 129-135)

2.6. El papel jugado por Gran Bretaña en el expansionismo ruso del siglo XVIII.

“El mero hecho de que la conversión de Moscovia en Rusia fue ocasionada por su transformación de un país semiasiático interior en la máxima potencia marítima del Báltico, ¿no nos hace llegar a la conclusión de que Inglaterra, la mayor potencia marítima de aquella época –una potencia marítima que se extendía, por otra parte, hasta la propia entrada del Báltico, donde, desde la mitad del siglo XVII, había mantenido la actitud de árbitro supremo- tiene que haber intervenido en este gran cambio, de que tiene que haber sido el principal apoyo o el principal obstáculo de los planes de Pedro el Grande, de que durante la prolongada y mortal lucha entre Suecia y Rusia, tiene que haber inclinado un esfuerzo supremo para salvar a los suecos podemos estar seguros de que ha empleado todos los medios a su disposición para promocionar a los moscovitas? Y sin embargo, en lo que comúnmente se llama historia, Inglaterra apenas aparece en la escena de este gran drama y  se la representa como un espectador antes que como un actor. La historia real mostrará que los kanes de la Horda de Oro no contribuyeron materialmente a la realización de los planes de Iván III y sus antecesores más de los que los gobernantes de Inglaterra contribuyeron a la realización de los planes de Pedro I y sus sucesores.

            Los panfletos que hemos reproducido, escritos como los fueron por los ingleses contemporáneos de Pedro el Grande, distan de incurrir en los errores comunes de los historiadores posteriores. Denuncian sin ningún género de dudas a Inglaterra como el instrumento más poderosos de Rusia” ( págs. 135-136).

MARX, K. Historia de la diplomacia secretad en el siglo XVIII, Taller de Sociología, Madrid, 1979.

 



[1] La democracia en América, vol. I, Ed. Alianza, Madrid, 1989, pág. 386.

 

[2] Marx, K., Historia de la diplomacia secreta..., pág. 136.

[3] Teodor Shanin, (dir.), El Marx tardío y la vía rusa, ed. Revolución, Madrid, 1990 y Carlos Taibo, La Unión Soviética (1917-1991), Ed. Síntesis, Madrid, 1993, págs. 31 y ss.

(10) ob. cit. pág. 133

[4] "La explosión radical del nacionalismo ruso", Historia 16, nº 221 (1994), pág. 63.

 

[5] ob. cit. pág. 69.

 

[6] " Aporías rusas", El País, 26-7-1996 "; "Rusia no ha revisado su espíritu imperial", El País, 31-3-1996 y " Una ruptura lenta y dolorosa (Cinco años de Rusia postsoviética)", El País, 5-12-1996.

[7] De esta manera, Engels escribía sobre "el peligro del paneslavismo" en 1855, durante la Guerra de Crimea: "El paneslavismo ha pasado de ser un credo espiritual a convertirse en una programa político con ochocientas mil bayonetas a su disposición. No deja a Europa más que esta alternativa: ser sometida por los eslavos o  destruir para siempre el centro de la fuerza ofensiva de éstos: Rusia", citado en la obra de George Lichtheim, El imperialismo, Barcelona, 1997, pág. 103. Sobre la Guerra de Crimea, su amigo F. Engels escribió crónicas muy interesantes en el periódico New York Daily Tribune. Éstas aparecen recogidas en su antología Temas militares, Ed. Akal, Madrid, 1974, págs. 71-96.

 

[8] Sobre Nietszche y su admiración por Rusia: Arno J. Mayer, La persistencia del Antiguo Régimen, Ed. Alianza, Madrid, 1986, pág. 260 y ss.

[9] ob. cit. pág. 134.

 

[10] Marvin Harris, Canibales y Reyes. Los orígenes de las culturas, Ed. Alianza, Madrid, 1992, pág. 219; Witfogelen, K. Despotismo oriental. Estudio comparativo del poder totalitario, Ed. Guadarrama, Madrid, 1966. Otro defensor de esta interpretación ha sido Rudof Bahro: La alternativa, Ed. Materiales, Barcelona, 1977.

 

[11] ib. págs. 105-106. Idea tradicional del imperio zarista como la "carcel de las naciones" que fue uno de los principios básicos de la revolución soviética.

 

[12] Juan M. Carretero y J. Mª Donézar, "La ruina del Imperio", Historia 16, nº 190 (1992), págs. 12-24.

 

[13] Roger Portal, "El Socialismo ruso hasta la revolución de 1917", cap. X de Historia general del Socialismo, vol. II: De 1875 a 1918 (2ª parte), Ed. Destino, Barcelona, 1985, pág. 542. Sobre el peso de lo eslavo en el marxismo ruso dos pensadores españoles alejados al comunismo y que vivieron el nacimiento de la URSS han señalado su importancia. Ortega y Gasset pensaba que el estado soviético mantenía una "ideología europea" como el marxismo, que no le era propia. ( en La rebelión de las masas, Barcelona, 1983, pág. 136). Jesús Pabón escribiría que " la Rusia soviética, como la Santa Rusia, suma el patriotismo defensivo ruso, el imperialismo moscovita y el paneslavismo..." ( Zarismo y bolchevismo, Madrid, 1948, pág. 41). Junto al eslavismo, el profesor de Harvard A.B. Ulam defendía que  también fue decisivo en el marxismo ruso y en la revolución de 1917 el papel del "lider carismático". ( "El patrón marxista", en RUSTOW,D.A. (dir.), Filósofos y estadistas. Estudios sobre el liderismo, FCE, México, 1976, págs 127-146).          

 

[14] Los movimientos revolucionarios europeos del 1917-1921, Univ. de Sevilla, Sevilla 1979.

 

[15] LENIN, "Acerca del problema de las nacionalidades", en El despertar de Asia, Ed. Progreso, Moscú, s/f, pág. 81.  El tema del imperialismo tuvo una importancia vital en el pensamiento de Lenin, así en una de sus obras más famosas El imperialismo, fase superior del capitalismo (1917) defendía la idea -aceptada por la mayoría de los historiadores hasta hace poco- de entender el imperialismo como consecuencia lógica el desarrollo capitalista. Su idea de la "revolución mundial" en gran parte nacía de la idea de una lucha final entre los pueblos oprimidos contra los capitalistas. Sin embargo, en lo que se venido a llamar su "testamento político", publicado en Pravda el 4 de marzo de 1923 vaticinaba un enfrentamiento entre "el Occidente imperialista y contrarrevolucionario y el Oriente revolucionario y nacionalista". ¿No significaba esto una vuelta al paneslavismo?

 

[16] ob. cit. pág. 126.

 

[17] "Auge y caida del imperio soviético (1940-1991)", Claves de la razón práctica, nº 71 (1997), págs. 28-37. De la misma forma otro historiador, Moshe Lewin considera que no existe un "regimen soviético" entre 1917 y 1991, sino varios regímenes. Su concepción del "imperio soviético" dista de la de Jackson ya que mantiene que siempre mantuvo su carácter "internacionalista".("Por qué la Unión Soviética fascinó al mundo", Le Monde Diplomatique (ed. española), noviembre ,1997). Por último, sobre este tema, Octavio Paz distinguía entre la "hegemonía americana" y el "imperio soviético",.porque mientras que los primeros tenían "aliados", los segundos tenían "satélites". (Tiempo  nublado, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1983, pág. 80).

 

[18]  Marx, ob. cit., págs. 143-144. Sobre el mismo tema véase además pág. 105.

 

[19] "El hilo conductor: el estalinismo" (La otra Europa, 1945-1990), Historia 16, nº 169 (1990), págs. 25-37.

 

[20] Cf. AZCARATE, Manuel,"Las Democracias populares" en AAVV, Europa 1945-1990, Ed. Pablo Iglesias, Madrid, 1992, págs. 71-92; FETJÖ, François, "Reflexiones sobre las ex-democracias populares (1948-1990)", Historia 16, nº 169 (1990), págs. 58-67. Coincidentes con éste último se encuentran: Isaac Deutscher, Stalin. Biografía política, México, Ed. Era, 1969; Robert C. Tucker, Stalin in power, N.York-Londres, W.W. Norton and Company, 1990 y Adam Ulam, Stalin, Londres, 1989.

 

[21] La Revolución traicionada, Ed. Fundación F. Engels, Madrid, 1991 (1ª ed. 1937)., pág. 46. El subrayado es nuestro. Curiosamente encontramos a defensores del "imperialismo stalinista" en los fascistas españoles en el semanario de Falange La Conquista del Estado, que en 1931 escribían en un artículo llamado "El reconocimiento de los soviets" lo siguiente: "llega pues, la fase crítica del Estado soviético, y la dictadura de Stalin garantiza la trayectorio que señalamos...Podrá algún día superar el estadio nacionalista que hoy atraviesa y convertir sus afanes de imperio." Citado por José del Val Carrasco en "Delirios de grandeza.La idea de Imperio en el fascismo español de preguerra.1931-1936", Historia 16, nº 164 (1989), pág. 15. Esto parece dar la razón a Trotsky que en la citada obra apunta que " a pesar de la profunda diferencia de sus bases sociales, el estalinismo y el fascismo son fenómenos simétricos; en muchos de sus rasgos tienen una semejanza asombrosa..." (pág. 238-239).

 

[22] PIPES, R., Historia del comunismo, Ed. Mondadori, Barcelona, 2002, pág. 100.

[23] Sobre el resurgir del ultranacionalismo en la Rusia de hoy es interesante el libro de Bernard Féron, Rusia, esperanzas y amenazas, Ed. Salvat, Barcelona, 1995, págs. 164-174.

[24] Sobre los resultados una década después de la CEI: “CEI: un pálido reflejo de la Unión Soviética”, Atlas de Le Monde Diplomatique, 2003, págs. 144-145.

[25] Sobre la reciente ampliación de la UE hacia el este, BONET, P. “Y al otro lado, la incertidumbre”, El País (Domingo), 2-5-2004.

[26]  Esto es particularmente importante para la UE, ya que el 25% del gas y 20% del petróleo consumidos procede de Rusia (véase el artículo de Pilar Bonet, “Los rusos no entran, su petróleo sí”, El País, 5-5-2004).

[27] "Rusia en el laberinto de Teseo", Claves de razón práctica, nº 75 y 76 (1997). Como complemento es interesante el artículo de K.S. Karol " Mafia y capitalismo en la Rusia de hoy", Claves de razón práctica, nº 73 (1997), págs. 61-64.

 

[28] "Las dobleces de Ziugánov", El País, 17-6-1996.

 

[29] "La crisis del comunismo y el destino histórico de Rusia", en Europa 1945-1990, pág.  175-187

[30] Marx, ob. cit., pág. 122.

 

[31] Reproducido en ABC, 7-12-1999.

[32] “Una identidad en mutación (Espacio postsoviético)”, en AAVV, Estado del Mundo 2004, Ed. Akal, Madrid, 2003, pág. 528).

[33]  El autor se refiere a los “varegos” o vikingos que durante el siglo IX colonizaron y formaron los primeros estados en lo que hoy es Rusia.

[34] Marx realiza una interesante comparación entre los varegos o “vikingos del este” con los normandos, igualmente de origen escandinavo, que tras la concesión de la Normandía francesa, pasaron a llamarse “normandos”, invadiendo éstos a principios del siglo XI la isla de Gran Bretaña.

[35] Rurik, señor varego que unificó los territorios del Este, situando la capital en Novgorod durante la primera mitad del siglo IX. Oleg el Sabio (872-912) unificó el norte y el sur, conviertiendo a Kiev en capital del nuevo reino de Rus (genérico con que los fines nombraban a los varegos y del que procede el término “Rusia”, y “rusos”). Staviaslav (961-972), fue el soberano que entró en guerra con Bizancio por el control de Bulgaria, resultando derrotado por los pechengos, aliados de los bizantinos.

[36] Esta pretensión de Rusia, de llegar al Mediterráneo, fue la causa de la Guerra de Crimea (1854-1856) entre ésta y el Imperio turco, que contó con el apoyo de Francia y Gran Bretaña, interesadas en evitar el expansionismo de Rusia, que podría romper el statu quo del Mediterráneo. Recordemos que Marx escribió su libro en 1857, al año de acabar las hostilidades, con lo cual estos hechos estaban muy presentes en su redacción.

[37] Yaroslav “el Sabio” (1019-1054). Dicho soberano conquistó el reino de Polonia, derrota a los pechenegos, pero fracasa en una ofensiva contra el Bizancio. Se considera como el verdadero padre del Estado ruso unitario

[38] Rusía gótica= Rusia varega o vikinga.

[39] Tártaro es sinónimo de “mongol”

[40] Es interesante resaltar que Marx utiliza los mismos argumentos que el humanista inglés Tomás Moro (1478-1535), que en el Libro Primero de su obra Utopía (1516), para criticar el abandono de la agricultura por la ganadería ovina.           

[41] Soberano mongol de la Horda de Oro, una de las partes en que quedó fraccionado el gigantesco imperio mongol de Genghis Khan, cuando este murió en 1227.  Era llamada así por el esplendor de su corte.

[42] Ivan Kaitá o Ivan I (1325-1341) fundador del Principado de Moscú o Moscovia; Ivan III o “Iván el Grande” (1462-1505), se autoproclamó como “zar” de Rusia, adoptando un régimen autocrático con el apoyo de la iglesia ortodoxa rusa.

[43] Los boyardos eran la alta aristocracia de los principados rusos.

[44] Capital del la Horda de oro.

[45]  A finales del siglo XIV, la Horda de Oro se escindirá en tres kanatos: el de Crimea (1430-1783), Kazán (1445-1552) y Astrakán (1466-1566). En 1501, los tártaros del kanato de Crimea destruyen Saray, sede tradicional de la Horda de Oro.

[46] Iván III perfectamente pudiera incluirse en la arquetipo de “príncipe nuevo,  junto a Fernando el Católico o César Borgia, que explicaría Nicolás Maquiavelo en su famosísima obra El Príncipe (1515). Lo mismo podemos decir de Lenin, creador de la URSS, un estado ex novo.

[47] Casimiro IV Jagellón (1427-1492). Rey de Polonia y Gran Duque de Lituania. Derrotó a los caballeros teutónicos en el Vístulo, y sometió a los principados de Pomerania y Moldavia. A su muerte repartió sus posesiones entre su hijo Juan (Polonia), Ladislao (Bohemia y Hungría) y Alejandro (Lituania).

[48] Pedro el Grande reinó en Rusia entre 1689 y 1725.

[49] Uno de los nombres por los que también se conocía al Imperio turco otomano.

[50] Aquí observamos uno de las más singulares aproximaciones de Marx a lo que luego se denominaría “geopolítica”, a raíz de las obras del geógrafo alemán Ratzel.